miércoles, 19 de noviembre de 2014

Monkey Temple


Dentro de los días buenos y mejores, ayer fue uno excepcional, porque nos fuimos a vacunar al sitio más bonito de todo Katmandú: Monkey Temple. Y es que las tres coincidimos en que es un sitio mágico, tanto de día como de noche.



Así de ilusionadas, comenzamos el día, introduciéndonos en el área del templo. Suerte que los monjes budistas nos ayudaron, ya que muchos perros son desconfiados, aunque hemos de decir que allí están muy bien cuidados; de hecho ¡todos los perros ya estaban vacunados de rabia! Pero continuamos la visita porque nunca se sabe qué clase de patología nos podemos encontrar.



No llegamos a ver los casos tan graves de TVT que habíamos visto en otra de nuestras visitas anteriores como turistas, pero sí el extraño caso de Marley, un perro pequeño con tantas rastas en el pelo que hasta le costaba caminar. Costó liberar al pobre animal de sus peludas cadenas, tanto que se formó un corrillo de gente alrededor… ¡incluyendo españoles! Y tras interesarse por nuestro proyecto, decidieron donar dinero al mismo, ¡dando ejemplo al resto! Qué orgullosas estamos de la gente de nuestra tierra.
Otro de los hándicaps de vacunar y tratar en este maravilloso lugar, es que hay que andar con mil ojos: uno para cada mono que te observa,  mientras evalúa la posibilidad de robarte la bolsa que llevas en la mano. De hecho uno intentó robarnos los microchips, pero tras dura porfía, conseguimos quedarnos con una bolsa rota y todos los microchips. Esperamos que los turistas disfrutaran con el esperpéntico espectáculo.
Cuando tenemos tanto trabajo, no hay tiempo para comer, pero sí una pausa para tomar el té; así que a orillas del templo, no sentamos. Así conocimos a Muia, una de las numerosas personas indigentes que rodean el templo. No pudimos invitarla a rosquillas, ya que a sus 90 años solo conserva un diente, pero sí a un té y un poco de compañía, que ella nos agradeció desde el alma cantándonos unas bonitas canciones.
Continuamos nuestra marcha por los alrededores del templo, en una zona con casas algo destartaladas, pero, por contra, una de las más limpias que hemos visto.

Cerca, una base militar, donde descubrimos que las ganas de ayudar no sólo es propio de los monjes.

Dentro de los casos más llamativos, está Moqui, un perro muy jovencito con un prognatismo muy marcado que le hace un poco feo pero a la vez simpático. Y, efectivamente, el nombre viene de los mocos verdes en forma de vela que nos regalo con cada estornudo sobre nuestras camisetas blancas (¡os podéis imaginar!). Con reflejo tusígeno positivo, mocos y fiebre…pobrecito, ¡pero en una semana estará genial!
Y, para sorpresa nuestra, un perro con obesidad al que cursimente pero de forma muy realista decidimos llamar Gordi (ya que 50 kgs no se los quita nadie).

Después de un día tan agotador, unos noodles picantes y para casa a descansar. Ha sido un día increíble, somos conscientes. Estamos muy felices.

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